12 diciembre 2008

En la memoria

Hace unos días decidí hacer uso de mi carnet de biblioteca y luego de rebuscar entre muchos libros opté por la obra de Carlos Fernández Santander, Alzamiento y guerra civil en Galicia (1936-1939), y de ahí entresaco un extracto que esta misma tarde me ha sobrecogido especialmente:
Mi hermana, que tenía 20 años -casi cinco más que yo-, salió a enterarse donde podía estar mi padre y, al poco tiempo, volvió diciendo que lo llevaron para la cárcel de Arzúa y que iba a ir allí acompañada de la mujer de un viejo amigo de mi padre, y más de un amigo mío -Rodolfo López Veiga-; dijo también que yo no podía quedarme a dormir en casa pues aquella noche iban a venir a buscarme. Al día siguiente llegó mi hermana, diciendo que la noche anterior habían tenido a mi padre unas horas en la cárcel de Arzúa pero que no sabía para donde lo llevaron, camino de Lugo. Mi hermana venía desolada.

Aquella noche dormí en casa de Teresa "a dos chismes" -así era el nombre que tenía aquella casa de esta santa mujer que padecía la historia como ninguna-. Lo de dormir es un decir, pues no pude pegar ojo por la sospecha inconsciente de lo que podía estar pasando y porque en aquella casa había miseria por todas partes. Pronto volví para mi casa y al poco tiempo llegaron de La Coruña los hermanos de mi padre, la tia Camila y el tío Indalecio. Ellos ya sabían todo y venían a recogernos. Don José Puente Castro les había hablado e indicado que era necesario recogernos inmediatamente, pues al parecer yo corría peligro. Mi familia era muy sensible a lo que pudiera decir Puente Castro, pues el que más o el que menos había sido curado de alguna dolencia por su bisturí en Santiago, que fueron casi las únicas ocasiones en las que yo pude conocer a mis familiares de La Coruña, que no tenía otros.

Pronto se preparó la salida para La Coruña al día siguiente. Alguien sincronizó las cosas y de ello me dí cuenta luego. Un taxi vino a buscarnos muy pronto, aun no eran las siete de la mañana. Yo iba prácticamente disfrazado con una gorra y unas gafas, por imposición de mis tíos, pues pienso que yo no tenía miedo y que ya tanto me daba en la desesperación de ver como nos cambiaban las cosas, como nos cambiaba la vida. Mi madre iba más muerta que viva y mi hermana fue la que llevó todo el peso de preparar la huída, recogiendo ropa, llevando y envolviendo, más que vistiendo, a mi madre.

Entonces vivíamos en la calle de Carretas [de Santiago de Compostela]. El taxi -entonces se llamaban coches de punto- nos llevó por delante de la cárcel, en cuya puerta había muchos militares armados, por el Inferniño abajo, el Campo de la Leña, Puerta Facheiras, Senta, al Castromil, en el que nos introducimos de inmediato. El tío Indalecio ya tenía los billetes.

A partir de Ordenes comenzaron a aparecer hombres muertos entre la carretera y la cuneta. Se veía que no se quería interrumpir la circulación con los muertos pero que existía la intención de que se viesen bien. Hasta Alvedro contamos catorce muertos -luego se les llamó "paseados"-. Me acuerdo que estaban por parejas casi todos y había gente en su alrededor produciéndose escenas dramáticas de mujeres y niños llorando sobre los cuerpos.

En algunos sitios había mucha aglomeración y el Castromil tuvo que parar varias veces para abrirse paso. Todos los pasajeros íbamos mudos -yo había sido instruido por mis tíos de que viese lo que viera permaneciese callado-, solamente un comerciante distinguido de Santiago, cuyo nombre no viene al caso, comentaba en voz alta que si no se mataba a los cabecillas poco se iba a conseguir. Ya en La Coruña -el Castromil llegaba hasta la Rúa Nueva- mi madre y mi hermana se fueron con la tía Camila en el tranvía de Puerta Real y yo me fuí con mi tío Indalecio que vivía en el segundo piso, derecha, del número 23 de la Plaza de Pontevedra. Allí pasaría medio año escondido, tragando saliva, desesperado más que por mi suerte por la que estaba padeciendo e iba a padecer durante tiempo el pueblo español.
(Relato de Isaac Díaz Pardo, realizado en mayo de 1982, y en donde hace referencia a su salida de Santiago luego del asesinato de su padre el 13 de agosto de 1936)

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