12 diciembre 2007

Por un abuelo

Quisiera dejar constancia de una historia sucedida a principios de los años cincuenta en Galiza, pero nada más que tengo una línea de argumento. Así que tengo que dejar casi todo a la imaginación.

Imagino a un hombre joven, posiblemente terco como indica la comisura de su boca cuando lo veo en mi cabeza. Lo veo sentado encima de unas rocas, con un pitillo apagado y pegado a sus labios. Incluso puedo saber que está pensando en sus hijos y en su mujer, añorando la algarabía que forman cuando puede ir a verlos.

El hombre forma parte de una cuadrilla de trabajadores que estos días desempeñan su labor muy cerca de Orense. Jamás había visto tantos obreros juntos. Había escuchado a uno de los jefes que visitaban la obra, que eran más de 1.500.

A finales de los años cuarenta, Fuerzas Eléctricas del Noroeste adquiere las concesiones de los saltos de Belesar y Peares a Energías Hidráulicas de Galicia. La nueva concesionaria ha proyectado un gran embalse en Os Peares. Va a ser la mayor instalacion hidroeléctrica del país: con 94 metros de alto y 180 millones de metros cúbicos de agua embalsada.

Nuestro amigo tiene que volver al tajo y lo veo levantarse de su lugar de descanso como si fuera un bailarín, suavemente, casi parece que lo único que se mueve es su pitillo apagado, que coloca al otro lado de la boca. Su trabajo es muy peligroso, puesto que es el encargado de colocar la dinamita y explosionarla. No es que le haga mucha gracia, pero como es un hombre metódico, ordenado, y de cabeza fría fué uno de los seleccionados directamente por el capataz. Y así gana más dinero.

Hoy vuelve a colocar los explosivos por última vez. Jamás nadie sabrá el motivo, pero una detonación incontrolada termina con su vida.
Quizás ni se dió cuenta. Quizás solamente escuchó un chasquido y ni tiempo le dió a pensar qué significaba. Su cuerpo no volvió a aparecer. El derrumbe complicó las cosas, pero luego de un día de búsqueda la empresa estimó que no era necesario.

Su mujer tiró para delante con los hijos, con la casa. Trabajó mucho. Maldijo miles de veces su maldita suerte. Ni tan siquiera tenía una maldita tumba a la que llevar flores.

Y si en esta historia prácticamente todo es fruto de mi imaginación, no lo és que en la construcción del embalse de Os Peares murió gente en una cantidad que no puedo estimar porque no he logrado recabar información sobre el tema.

Y tampoco es inventada la historia de este hombre, desconocido para casi todos menos para su familia y menos para su nieto Jose Manuel que fué quien me la contó y que espero que me perdone por las atribuciones que me he concedido escribiendo este artículo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi abuelo también trabajó en la construcción de este embalse.