10 septiembre 2008

Chocolate

Esta mañana me he fijado en el escaparate. Hay un estante de mármol blanco, sobre el que se alinean una gran cantidad de cajas, paquetes, cucuruchos de papel de plata y de oro, rositas, campanas, flores, corazones y largas cintas rizadas y multicolores. Hay bandejas y campanas de vidrio llenas de bombones, pralinés, pezones de Venus, trufas, mendiants, frutas confitadas, ramos de avellanas, conchas de chocolate, pétalos de rosa confitados, violetas azucaradas...Todo protegido del sol por la persiana entrecerrada que sirve para tamizar la luz y hace que todo brille y reluzca profundamente como un tesoro oculto y recién descubierto, cueva de Aladino llena de deslumbrantes maravillas. Y en medio del escaparate, un magnífico centro: una casa de pan de jengibre con las paredes de pain d'épices recubierto de chocolate, con el detalle de sus tuberías de azúcar plateado y dorado que las recorren, sus baldosas de frutos secos bañados de chocolate, cada una con su fruta azucarada, sus curiosas parras de azúcar y chocolate que trepan por los muros y hasta su pajarillos de mazapán que parecen cantar en árboles de chocolate...Y también la bruja, recubierta de chocolate negro desde la punta del sombrero hasta el borde de la larga capa, montada a horcajadas en el palo de una escoba que en realidad es una gigantesca rama de guimauve y con esos largos y retorcidos dulces de malvavisco que se ven colgados en los puestos de golosinas los días de carnaval.
Chocolate. Joanne Harris

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